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Laura Palacios

Y sí, llamándolo así uno cree que lo torna amistoso. Más inofensivo. Una simpática pelotita que salta en la pantalla del televisor de arriba abajo, va y viene rebota pin-pong y le han crecido unos pelitos fosforescentes que no se parecen a pseudopodios sino a los que les brotan a los púberes anunciando el fin de la infancia y vaya a saber qué más. Ay, pero qué feo, en las puntas tiene como ventositas… Y mientras ella salta, ya ominosa, los cada vez más serios locutores van enumerando sus estragos. Su creciente omnipresencia, su hambre de Pac-Man loco y voraz comiéndose ya no pastillitas de colores, sino Vidas.

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Les voy a contar algo.

En los primeros días del encierro ocupaba mi flotante cabeza pensando en esa entidad metafísica a la que llamamos Tiempo. En el plano del psicoanálisis hablamos de un “tiempo lógico”. El tiempo del sujeto es una vivencia escandida y sometida a la lógica del inconsciente, una temporalidad pulsante y discontinua que da cuenta de la división subjetiva. Y está lejos de coincidir con lo que marcan los relojes. ¿Pero cómo se juega en estos momentos la rara vivencia de ser prisioneros y expulsados a la vez, pero en un solo movimiento?: cautivos en casa / casi eyectados del tiempo.

Vieron cómo en la cuarentena las horas se hacen laxas, caprichosas y vacías, poniéndonos en el apuro de inventar algo ¡pronto! para no quedar nosotros también, vaciados. Porque el Tiempo Perdido no es sólo el que se recupera introduciendo magdalenas en el “estrecho pozo de inescrutable banalidad de una la taza” (dixit Beckett)2. Ese es el Tiempo Pasado, hacia el cual la memoria suele orientarse, y va, imagino, igual que un pececito de los mares profundos, navegando en la oscuridad solo para recuperarlo.

Pero lo que ahora nos amenaza, gracias y por desgracia del corona, es el Tiempo que Perdemos. Es el que no quiero perder. El que se hace amigote de Netflix, malgasta y despilfarra madrugadas saliendo con él de juerga. El que acecha cuando creo que no hay escapatoria posible de las horas y de los días, del mañana y del ayer. Unidades profundamente simbólicas que tienden a la fusión, y que al derretirse, ponen en riesgo su dignidad, su nombre y su autonomía. Entonces, de qué manera absurda el día Miércoles se desconoce como Miércoles dado que ayer se creyó Lunes… ¿o quizá devino Jueves, que además es o fue o será feriado-puente?

Entonces me acordé de un mensaje de mail leído a las apuradas, y que llegó antes de que el virus nos confinara. La revista de Fepal, Calibán, donde se ha publicado más de uno de mis textos, invitaba a escribir sobre Lo Efímero.” A mi juego me llamaron”, dije, y agregué: “¿cómo adivinaron que yo andaba rumiando la cuestión del Tiempo?” (sí: a veces hablo sola) y corrí. Corrí hacia la biblioteca, la vidriada, esa que guarda los libros esenciales, los que no se prestan, los que solo van de la cama al living. Esos que solo sobre mi cadáver cruzarán el celoso umbral (dadas las circunstancias, sé que esta metáfora suena poco feliz.)

Así fue como me puse a anotar ideas acerca de un género poético apasionante: el Haiku (work- in- progress le dicen). Sí, el Haiku, pero en relación tangencial a cierta cuestión que Barthes llama “El Incidente”, y que, se me ocurre, no es ajeno a cierto instante del avatar transferencial. Atravesamos tiempos urgentes y si quiero darme ese gusto, tendré que esperar. Volveré sobre el tema de La Espera.

Los haikus son poemas breves (apenas 17 sílabas3 ) que surgieron en Japón hacia el año 760, con la particularidad de ser la escritura de lo efímero. Con duración de rayo, casi una implosión, esos versos “caminan –discreta, graciosa, rápidamente– sobre la cuerda floja del Tiempo”4 Y me da por pensar hasta qué punto, el corona se empeña en afinar, mellar y roer esa cuerda donde oscila (vacila diría Lacan) nuestro lívido fantasma. Avanza con paso titubeante, haciendo equilibrio, usando lavandina y alcohol como únicas y precarias herramientas (¡lavandina y alcohol!, quién iba a imaginarlo… parece de una película de bajo presupuesto). Y trata de evitar los pozos de aire, los baches de la angustia, mientras otea el horizonte a ver si el Gran Otro está ahí abajo, trayendo redes para el salvataje. Pero ¡oi oi oi !: el A es ubicuo, escurridizo, y además nunca aparece cuando se lo necesita.

Sin embargo hay otra herramienta: La Espera. Y el corona nos está sometiendo al crudísimo ejercicio de practicarla. Algo más: Momentáneamente la Esperanza y la Espera duermen en camas separadas; se comenta que hasta pueden llegar a divorciarse y renunciar a su antiguo vínculo etimológico (¡el Cielo no lo permita!) Y todo nos aconseja, todo nos obliga a permanecer en nuestros puestos, o sea: entre cuatro paredes y esperando a que la Ciencia se ponga las pilas. Después de todo, nadie lo ignora: los diamantes son carbones que permanecieron en sus puestos. Mejor dicho: que aprendieron a esperar.

Laura Palacios. Asociación Psicoanalítica Argentina. Psicoanalista y escritora. Ha publicado varios trabajos en Calibán, RLP

Notas

Notas
1 Es que me llegó el wappsap de una niñita cantando acerca de un virus que es muy malo y “tiene coronita” (sic).
2 Beckett, Samuel. Proust
3 Un bello ejemplo:
En la ventana la luna
Que el ladrón
Olvidó
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(Ryokan 1757-1831)
4 R. Barthes. “La preparación de la Novela”

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